Al igual que María, ¿acepto todo lo que Dios me da a vivir en mi vida diaria?
Ella no dijo: « Sí, pero… ». Ella dijo « sí», sin más. María puso su vida en manos de Dios y aceptó el dolor y la alegría, no rechazó nada porque ese « sí » representaba la aceptación total de lo que Ella iba a ser y por consiguiente, de todo aquello en lo que se iba a convertir.
Cuando el ángel se le apareció a María, este hecho naturalmente que le sorprendió pero a continuación, Ella no intentó saber en quién se iba a convertir ni de qué manera iba a suceder todo esto. Ella no dijo: « Estoy prometida a José, qué va a pensar él… ». No, ni tan siquiera se le pasó por la cabeza decir este tipo de cosas, tan fútiles para Ella. María dijo « sí ». Ella dijo: «Dios mío, haré lo que me pides. » A partir de ese día, ese « sí » que Ella dio al ángel expresa el Fiat de María. Desde ese momento, Ella no volvió a cuestionarse su futuro ni una sola vez. Debemos tomarnos ese « sí » al pie de la letra porque cuando vosotros decís « sí », siempre os volvéis para atrás. Ella, Ella no dijo: « Sí, pero… ». ¡Ella dijo « sí »! Sencillamente. María puso su vida en manos de Dios y aceptó el dolor y la alegría, no rechazó nada porque ese « sí » representaba la aceptación total de lo que Ella iba a ser y por consiguiente, de todo aquello en lo que se iba a convertir.
¿Por qué ese « sí » si tan sólo era un niña? En Ella habló la conciencia ilimitada de su fe, la conciencia de ese « sí ». María nunca hubiese podido concebir responder de ninguna otra manera. Ese « sí » a Dios, constituye una espera que nadie hubiese imaginado recibir de Dios; el lenguaje de Dios, a través de ese ángel que le fue enviado, significaba que Ella había sido elegida para ello. Ella nunca se preguntó porque fue la elegida de Dios. A diferencia de nosotros que siempre repetimos: « ¿Por qué yo? ¿Por que a mí? » ¡Con María no existen los interrogantes!
El « sí » de María representa la aceptación de las alegrías y también de todo el sufrimiento que Ella iba a vivir. En verdad, mucho más adelante, a la muerte de su Hijo, cuando la espada le atravesó el corazón, Ella aceptó lo que le estaba pasando con ese mismo « sí ». María nunca le dijo a Dios
« ¿Por qué me has abandonado? » ¡No! Ella nunca dijo eso. Y si su Hijo se lo preguntó a Dios, lo hizo por humildad, para abrir la conciencia de los hombres, pero María nunca lo dijo. María vivió su vida humanamente, con sus complicaciones, con sus alegrías, con sus tristezas. Ella nunca trató de saber lo que le reservaba el futuro. Así pues, para Ella todo era consecuencia lógica de ese « sí » y todo lo que sabemos sobre lo que pasó después, cuando José fue a buscarla después de que el ángel se le apareciese en sueños, a Ella nunca le preocupó: « ¿Me repudiará José? ¿Me lapidarán?» José podría haberlo hecho, estaba en su derecho. María nunca se lo planteó y eso significa que cuando Ella aceptó vivir todo eso, su « sí » fue un « sí » definitivo. Ella no cambiaba de opinión ni se volvía atrás cuando tomaba una decisión. Un « sí » de niña, un « sí » extraordinario, clamoroso, por la humanidad. Con ese « sí », María aceptaba llevar en su vientre el fruto que se convertiría en el Salvador del mundo.
María no podía situarse en un plano distinto al de los hombres, diferente al que Ella conocía. A lo largo de su vida, María nunca cambió. Siempre fiel a sí misma, al lado de aquellos a los que amaba, cerca de su pueblo, María la alegre, la valiente, tendía la mano a los demás por dondequiera que iba, sonreía constantemente y trabajaba mucho por su familia realizando las tareas domésticas y todo el trabajo que su vida le exigía por aquel entonces. Ella nunca rechazó su papel, nunca quiso cambiar nada. Siempre fue la misma, desde el momento en que dijo « sí » hasta el día en que se durmió para que ahora nosotros podamos rezarle.