¿Verdaderamente nos transformamos y que nos queda de esencial transformar?
El campo más doloroso para el hombre, es cuando accede a esa barrera, a ese punto de encuentro donde el alma y el ego van a hacer causa común para dirigirse hacia una misma meta. La transformación tiene lugar en ese preciso momento.
La enfermedad ha sido necesaria para el hombre, la enfermedad o los sufrimientos morales, psíquicos o físicos. Esta parada en el movimiento de la vida social aporta algo más al ser humano si acepta comprender que esta parada no es para hacerle sufrir, sino para hacerle reflexionar sobre su estado y que se produzca una toma de consciencia de lo que él es, y sobre todo de lo que él era.
Enfermos, ya no podemos actuar ni comportarnos como los demás, de los cuales nos hacemos dependientes. A través de la enfermedad, Dios nos hace vislumbrar la humildad. Debemos aceptar sufrir, aceptar ser dependientes de los demás. Debemos por lo tanto aceptar que el otro nos aporte su ayuda.
Todos los grandes de este mundo, cuando se quedan unos días o unas semanas en cama, toman consciencia de todas sus ilusiones y valores falsos. Si se intentara conocer la trayectoria de los santos y santas del calendario litúrgico, nos daríamos cuenta que tomaron consciencia de los verdaderos valores de la vida a través de la enfermedad, al contemplar lo ridículo del sentido de sus vidas.
Para acceder a la transformación, en primer lugar hay que tomar consciencia de esto. Y ¿qué significa transformarse? Todas las preguntas que me habéis hecho giran alrededor de la verdad, pero sin alcanzarla. Decís: “¿es un don de Dios?”. No. Dios nos da el don antes de la transformación. Nos lo dio en nuestro nacimiento. Y ¿qué hacemos de esta toma de consciencia? La hemos olvidado, ocultado. Contamos con nuestros propios mecanismos: nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestro saber.
En cuanto aparece la enfermedad, nos damos cuenta que ni el saber, ni la voluntad, ni la inteligencia pueden eliminar lo que intentamos eliminar: las cosas más pequeñas, más sutiles de nuestra existencia que son nuestros fallos, nuestros defectos, en realidad, nuestras dudas. ¿Por qué no conseguimos terminar con ello? Porque ponemos en ello nuestra voluntad.
Al inicio de un grupo, se escucha una cinta que muestra el origen de la transformación: “El ego y el alma”. Si lo olvidamos, no entendemos lo que es la transformación: el ego es para el diablo lo que el alma es para Dios. Esto no quiere decir que el ego es el diablo. Sino que a través del ego el Maligno nos devuelve sus facetas y nos atrae con falsas realidades, hacia falsas luces.
Llevamos a cabo un combate permanente, luchamos contra ese ego que es parte de nuestra inteligencia, y el alma, que es parte de la inteligencia del corazón. Sin embargo la misma inteligencia rige ambos. Resulta que lo más doloroso para el hombre es acceder a esa barrera, ese punto de encuentro donde el alma y el ego van hacer causa común para alcanzar una misma meta: en este punto se opera la transformación.
Para alcanzar lo que buscamos, debemos transformar lo que tenemos que transformar: nuestros defectos, nuestros fallos, nuestras dudas, nuestras desesperaciones, nuestro stress, y también nuestro cansancio psíquico, moral o físico. Estos cansancios se deben a la incapacidad de acceder a lo que deseamos.
El ser humano, a partir del momento en que encuentra a Dios, en el instante mismo en que Le entreve, desea una sola cosa: transformarse. Sabe que todos sus sufrimientos proceden de esta transformación que no se hace. Y cuando nos transformamos, es una victoria. El ego y el alma se unen en una unidad. El hombre se transforma porque “es”. Se convierte en lo que Dios quiere que sea, el ser del inicio de su vida terrestre. Es cuando ya no hay combate ni atracción.
En la vida humana de hoy día, hay que librar el combate a muchos niveles. En el trabajo, para estar siempre en lo más alto. Hay que deslumbrar a los vecinos. La competencia nos obliga a ser siempre capaces de hacer frente a la demanda. El intelecto está puesto a duras pruebas y para ello, se pone toda la voluntad. Pero se nos olvida una cosa; nada puede hacerse sin Dios. Y a golpe de batacazos, llega un día en que nos derrumbamos. La enfermedad llega para decirnos: “¡Basta ya! No vas por buen camino, reflexiona, esto no es el sentido de tu vida, tiene un valor distinto a lo que tu crees”.
La transformación, la paz, la armonía sólo se dan si hay alianza dentro de nosotros. La armonía sólo existe cuando el ego y el alma están unidos, conjuntamente, para formar una sola acción, una sola luz. Esto es estar lejos de la voluntad que no es más que apariencia.
Me hacen preguntas al respecto: “¿Por qué Dios esperó dos mil años antes de enviar a Su Hijo? Y contesto: “¿Bastan dos mil años?” Hace tan sólo cien años que el hombre ha empezado a entrever el invisible y la ciencia está haciendo unos descubrimientos importantes en física. El hombre descubrió la fotografía, el teléfono – por lo tanto el invisible. Para lanzarse al espacio, utilizó la física, la física cuántica, la física nuclear. ¡Pero no son más que los balbuceos! El hombre llega apenas a lo que Dios pide desde hace mucho tiempo. La evolución es lenta. Al hombre le hace falta tiempo para transformarse debido a sus errores básicos. No está en la verdad. ¿Cómo queréis que encuentre su camino?