¿Nos damos cuenta que lo que nos molesta en el otro es lo que tenemos en nosotros mismos, pero no lo sabemos?
Es por desconocimiento de uno mismo que no podemos comprender al otro. Si hubiésemos comprendido quienes somos, ya hubiéramos entendido quien es el otro. Funciona precisamente a la inversa de lo que creemos. Y allí es donde la transformación no puede hacerse. Por esto la escucha es tan importante y cuando digo “escuchar”, ¡no significa oír!
Todo lo que nos es extraño, nos molesta. La palabra “extraño” efectivamente significa diferente.
De hecho Cristo nos ha enseñado a reencontrarnos en grupo para rezar, pues el grupo es la base de la vida, es la primera célula. Es lo que hubiéramos tenido que aprender en nuestra célula familiar: el grupo es la célula familiar del espíritu.
A partir del instante en qué estamos juntos, como este grupo no ha sido elegido por nosotros y que no son nuestros amigos los que están en este grupo, nos vamos a encontrar ante personas “extrañas” a nosotros mismos. Sin embargo no son sus extrañezas que van a provocar la incomprensión. En general, si somos inteligentes, estamos siempre alertas para intentar comprender al otro. Pero lo que nos repulsa, son las asperezas que se nos parecen tanto a nosotros y son tan obvias y flagrantes en el otro como las tenemos completamente ocultas en nosotros. Nuestros defectos, no hay que verlos como algo horroroso, pero, a veces, lo que nos molesta en el otro es tan fuerte – puede ser una mímica, una mirada, unos gestos, reacciones en unas conversaciones – que todas estas cosas nos demuestran que no nos conocemos. Las vemos en los demás, pero no las vemos en nosotros. Y por lo tanto desconocemos las reacciones en la mirada del otro de lo que somos.
Es por desconocimiento de uno mismo que no podemos entender al otro. Si hubiéramos comprendido quienes somos, ya hubiéramos entendido quien es el otro. Funciona precisamente a la inversa de lo que creemos. Y allí es donde la transformación no puede hacerse. Por esto la escucha es tan importante y cuando digo “escuchar”, ¡no significa oír!” Cristo lo dice: “Oís pero no escucháis”. Por esto nos dice que somos ciegos y sordos. Vemos, efectivamente, pero estamos cegados por nosotros mismos. Vemos el defecto del otro. Cristo lo dice: “Ves la paja en el ojo ajeno, pero no ves la viga que está en el tuyo”. Estamos en la oscuridad en cuanto se trata de nosotros, pero ¿por qué? Porque el príncipe de este mundo lo ha hecho de tal manera ¡que somos ciegos y sordos! Y es precisamente el roce de todas las personas que se encuentran en un grupo que nos va a revelar, a veces al cabo de años de trabajo, que el mismo miedo y a menudo los defectos de los demás son reveladores para nosotros. En realidad ¿qué es lo que genera la angustia? Qué es lo que crea el miedo? Qué es lo que crea las motivaciones del juicio, del frenesís a chismorrear? Es para sentirse importante frente a los demás, sentirse amado, reconocido. Como no tenemos nada que decir, vamos a inventar o fomentar chismorreos, crisis o escisiones. Pero ¿quién es este que está en frente y que hace estas cosas? Son sus miedos, sus angustias, ocultos en nosotros, pero que existen. Son los mismos, aunque el desenlace de estos miedos no sea el mismo en las dos personas, y ahí está toda la diferencia. Cuando estamos a la escucha de los demás comprendemos sus fallos, comprendemos sus mentiras. Pero ¿quién no se miente a sí mismo?
La metamorfosis, la transformación de un ser pasa precisamente por todas estas fases de interpretación. Y creo que debemos ser muy, pero que muy sensibles a todo lo que concierne a nuestros hermanos y hermanas, todo lo que nos toca a nosotros en nuestra sensibilidad y nuestra vulnerabilidad. La metamorfosis de un ser, no hay nada más grande en esta tierra, nada más bello. Un ser pequeño que está en el seno de su madre, cuando aún no se ve nada, pero que se sabe que existe, es apenas visible a simple vista, se sabe que es un ser pensante que actúa, que escucha, que registra, que organiza… ¡es increíble! ¿Cómo un pequeño ser de unos milímetros puede saberlo ya todo de la vida? ¡Pues sí! Todo ya está inscrito dentro de él. Y es porque no nos conocemos que nos encontramos frente a tales errores. Estamos aquí, miramos, pero sin entender lo que está ocurriendo. ¡Y nuestra vida se nos escapa completamente! No comprendemos que estamos frente a grandes acontecimientos, sin embargo ¡no hay que esperar a qué se produzcan grandes acontecimientos para cambiar!
Dios nos concede esta autonomía, esta libertad, este derecho a la vida en todos los giros, en todos los segundos de nuestra existencia. Pero nos la da para que reflexionemos, ya no con la cabeza, sino con nuestro corazón.