El grupo

Base de nuestra transformación

¿Sentimos nosotros verdaderamente nuestro grupo como la base de nuestra transformación?

Si supiéramos la riqueza que tenemos en un grupo, daríamos gracias a Dios cada día por habernos brindado este trabajo. El terreno, los pioneros, es nuestro grupo. Es allí donde nosotros sacamos toda la consciencia del universo. Es allí donde se nos brindan todas las facetas del mal y del bien.

Nosotros estamos en un grupo desde hace cierto numero de años y nos creemos que nos conocemos bien ¡esto es lo que sentimos!  Llegamos al grupo y de inmediato catalogamos a todas las personas que están allí: “¡Fíjate! Esta ha llegado. Ah, ¡y éste también! Pero tal otro no está. ¡Claro! Llega tarde como siempre. Y este otro va a fumar, no puede evitarlo. Y este otro, fíjate, va a engullir todo nuestro queso etc.”

Nosotros tenemos por lo tanto una comprensión del otro pero en el juicio, no en el amor. Creemos que nos conocemos: ilusión del Maligno que nos va a desviar de nuestro camino porque el otro, los otros, el que se come el queso, el que fuma, el que llega tarde, la  que nunca está contenta, la que tose siempre, la que gruñe, el que se queda en las esquinas, el que nunca ocupa el mejor sitio o que siempre toma el mejor lugar ¡sabemos quien es! Hemos registrado esto todo esto en una memoria muy selectiva, y nos decimos: nos conocemos. ¡Pues no!  Solo conocemos la apariencia del otro. Sólo conocemos lo que nos molesta y no vamos en lo más profundo de su ser porque diez veces, veinte veces, treinta veces, hemos oído su testimonio sobre sus problemas, sus miserias, sus dificultades económicas, sobre todo lo que él o ella vive en su pareja o con sus hijos. El nos lo ha contado ya diez veces, veinte veces, treinta veces, entonces lo escuchamos, o sea que ponemos la oreja pero pensamos en otra cosa. ¡Lo hemos oído ya tantas veces!

Pero ¿sabéis vosotros que esas personas repetirán su testimonio hasta que de verdad se les oiga, hasta que de verdad se les escuche? Y es porque no les amamos que ellos vuelven a repetir la misma cosa. Por esto las entrevistas son tan importantes. Si supiéramos la riqueza que tenemos dentro de un grupo, daríamos gracias a Dios cada día por habérnoslo ofrecido, como trabajo.  El terreno, los pioneros, es nuestro grupo. Es ahí donde sacamos toda la consciencia del universo. Es ahí donde nos son ofrecidas todas las facetas del mal y del bien. Y nosotros les vemos una vez por semana. De vez en cuando, les echamos una mirada y decimos: “Pobrecito, ¡va! No te preocupes, esto se va a arreglar! Te puedo dar algo para que termines el mes…” ¿Esto es amor? ¡No! esto es falsa caridad.

Esto es lo que las iglesias nos han enseñado ¡y esto no es amor¡ El amor, es la escucha del otro, es ir al fondo de el mismo, es tomarle aparte, es invitar al que no tiene nada.  Es invitarlo quizás a comer, ofrecerle algo que no tiene costumbre de comer. Es hablarle en “tête a tête”, él o ella que nos ha repetido tantas veces sus problemas, cuando nos agota, y que estamos hartos de escuchar siempre la misma cosa. Pero precisamente, resulta que le hemos oído, pero no le hemos escuchado. Y ningún ser humano puede transformarse sin amor. Es por eso que se repite incansablemente…

Esta transformación de la que hablamos, cada uno y cada una de nosotros, debemos darnos cuenta que el otro tiene la misma sed de ella, tan grande como la nuestra. El está harto de ser la última rueda del carro. Está harto de no ser reconocido, y que se le mire siempre de reojo. ¿Qué hemos hecho nosotros, sí,  nosotros, para que cambien las cosas?  Debemos comprender mejor al otro.

Por esto la entrevista, os lo acabo de decir, es tan importante. En una entrevista, una persona estará enteramente a su escucha. Y no estamos allí para dar consejos, estamos allí para oírle, para escucharle, para amarle, para iluminarle, y Cristo nos lo recuerda cada vez: “Si tienes una lámpara, no la pongas bajo el celemín, ponla sobre la mesa a fin de que pueda alumbrar a la familia entera”. ¿Qué quiere decir esto? Nosotros, tenemos la suerte de haber recibido una enseñanza, de haber sido alumbrados y Dios quiere decirnos: “¡No lo guardes para ti!  Lo que tu has recibido, dáselo a los demás, trasmíteselo como un bien muy valioso”. Es por esto que la entrevista debe estar llena de vida, no debemos tomarla como un deber, sino casi como una necesidad. En primer lugar para adquirir esa humildad a la que nos cuesta tanto acceder, deshacernos de nuestro orgullo, de esas apariencias  del buen sentido de la vida. El Maligno se las ingenia utilizando  los pequeños defectos de cada uno de nosotros, cada día. Nosotros solo vemos los fallos del otro porque estamos obsesionados por los fallos de los demás, y estamos obsesionados en enmascarar nuestros propios fallos ante los demás porque tenemos miedo de ser descubiertos, y ahí está, a menudo, nuestro sufrimiento.


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